Tras el telón… «7 hembras sin piedad»

Reseña de la representación de Nuevo Círculo de Tiza en la Casa de Cultura de Collado Villalba. 25.11.2022

Susurran los últimos aplausos al cierre del telón y, al momento, se perciben las idas y venidas de comentarios entrecruzados que no dejan indiferentes. Todos ellos salen, sin duda, desde las vísceras y expresan sentimientos contrapuestos.

El público se va, tropezando en las escaleras de salida y comienzan a formarse corrillos en los que, curiosamente, la vida se torna en blanco y negro: el entusiasmo de aquellos a los que les ha apasionado la obra, las emociones internas que se han removido por lo vivido en el teatro, contrasta con aquellos que firmemente declaran que no les ha gustado, así, sin más, de manera tajante, atónitos y perplejos.

Nadie opina mal de los actores y actrices. Hay que decirlo en honor a la verdad y, sobre todo, en honor al trabajo que han realizado con nota muy alta

Es una obra que obliga al debate. Aquellos a los que ha dejado indiferentes, deberían replantearse qué es lo que les removería en la butaca. Porque esta es una obra que puede repatear hasta las entrañas, que puede cabrear a hombres y mujeres por diversos motivos.

Algunos comentarios, como “no sé cuál es el mensaje que se intenta dar”, hubieran podido ser respondidos en un debate compartido con el público. Algunos de los asistentes vieron en la obra la venganza como único camino ante un dolor profundo, unido a la impotencia y, más aún, a la insatisfacción de la vida de cada uno de los personajes femeninos. Así parece que terminan proyectando en la “víctima” lo que son sus propias carencias.

Las actrices se alzan como defensoras de una bandera, mientras la obra va desgranando instantes de esas vidas, en las que se muestran sumisas y subyugadas al macho alfa. Incluso aquellas que sonríen y viven confiando en que han logrado diseñar el teatro de sus vidas como un perfecto engranaje del que nunca se conocerá la verdad. Maria Jose, la embarazada, se desnuda brutalmente ante la oscuridad de la muerte, removiendo todas las heridas que aún sangran, todos los vacíos existentes, incluso encontrándose la vida dentro de ella misma, latiendo en su útero.

Concha, la valiente empoderada, coge una bandera que le viene grande, y se enzarza hasta verse superada por sus propios cadáveres en el armario. Es una mujer que se enfrenta a la oscuridad, posiblemente a su propia oscuridad, y reclama justicia donde no la hay, tomando decisión tras decisión que la abocan todavía más al pozo sin fondo del que no hay salida, en el que ella, en realidad, es la primera víctima. Concha se va apagando en la escena, carcomida por lo que ha sido su propia vida.

Manolo, el maltratador, muestra un dominio total del escenario y del papel. Juega constantemente con una mezcla frenética de emociones que perturban al espectador, como sucede con las víctimas de la violencia de género. Va pasando de la agresión a la culpa, del llanto a la rabia, de la impotencia de su propia vida a su pasado vivido. Se mueve con seguridad en un escenario muy complejo de gestionar por su presencia constante, mientras el resto entra y sale, sometido a vejaciones que, sin duda, el actor ha sabido soportar sin que se percibiera su inquietud o dolor, como si hubiera hecho un pacto con Dios para salvarse de sus pecados a través del castigo. Un símil de las procesiones de semana santa, sufro porque he hecho sufrir.

Manolo es, sin duda, un gran manipulador, incluso en el silencio. Su sola presencia es capaz de dominar la escena logrando que cada una de las mujeres vaya enfrentándose a sus propias oscuridades. Logra casi casi que se empatice con él ante la barbarie que está sufriendo. El ojo por ojo es llevado al extremo del precipicio, y ellas, unidas en cuerpo y alma en una definición casi perfecta de sororidad, lo abandonan a su suerte.

No puedo, ni creo que deba, dejar latente un juicio de valor.

Sin duda, a muchas, nos puede parecer una barbaridad el mensaje de la obra y la puesta en escena: la simpleza del maltrato sin piedad al que ha maltratado. Pero, honestamente, creo que quedarnos ahí es detenernos en un punto excesivamente básico. En realidad, más allá de los típicos juicios morales que todas y todos asumimos constantemente, no sabemos de lo que seríamos capaces si viéramos a nuestra hija ensangrentada a punto de morir por culpa de un hombre. 

Así que no nos dejemos llevar por la simpleza y dediquemos tiempo a la reflexión, casi diría a la introspección… Permitidme que me atreva a dar un paso más que quizá no guste: miremos hacia dentro para ver cuánto tenemos cada uno y cada una de nosotr@s de maltratador y de víctima.

Sólo así seremos capaces de ver en todas sus vidas, las nuestras, y tomar las decisiones correctas. Las justas, las éticas, las morales, las legales. Sólo así lucharemos con decencia por frenar esta tremenda lacra social totalmente inaceptable e intolerable en el siglo XXI que me da vergüenza estar viviendo.

Sabina Pera