Preparando un nuevo montaje

Ya llevamos un mes preparando un nuevo montaje. Nos ha costado encontrar una obra que encajara con nosotros, tanto en lo que se refiere a la temática como en su adecuación al elenco.

Cuando las mujeres no podían votar y El crepúsculo del paganismo romano

El montaje es una obra de Alberto Miralles, del año 2000: Cuando las mujeres no podían votar.

Esta obra de Miralles ha sido representada ya muchas veces por grupos de teatro aficionados, grupos de jóvenes aprendices de teatro y de profesionales del teatro. Editada en el año 2000, todavía no está descatalogada. Editada por la editorial Fundamentos y en papel junto con «El crepúsculo del paganismo romano» (ISBN: 9788424508715)

Alberto Miralles

De ambas hay un artículo de Magda Ruggeri en Las puertas del Drama (revista de la asociación de autores, invierno de 2001, nº 5), en el que resalta que «en su teatro se exalta siempre la lucha y la acción» y que su espíritu de rebelión contra la moral imperante no es otra cosa que un reflejo de su preocupación por el presente.

Como en la mayor parte de sus obras, Miralles utiliza la ironía y la comicidad para entretener y hacer reír al mismo tiempo que nos deja a las puertas de problemas sociales y políticos para que podamos reflexionar al respecto.

En esta obra, como dice Magda Ruggeri, «trata del enfrentamiento entre las sufragistas y el socialismo en 1931 y bajo un retrato cómico de estas mujeres plantea una reflexión sobre problemas reales del día de hoy. […] en esta obra al principio la
sirvienta parece una persona intrascendente y resulta ser la única que muestra
siempre un juicio certero. Mientras las sufragistas se pierden en discusiones fútiles, se emborrachan y no están en condiciones de celebrar el mitin, Mariana se adueña de la situación y hablará al público enfocando el problema femenino como problema de esclavitud social: “Una minoría elitista de damas vinculadas a los círculos literarios y culturales jamás comprenderá la necesidad de las trabajadoras de las minas o de los
telares y sólo se preocupará de cuestiones caritativas…” (p. 68).»

Pero no sólo Mariana se adueña de la situación, también entre las sufragistas que terminan borrachas se aprecian ciertos rasgos diferenciales, especialmente en cuanto al personaje de Angélia, personaje que parece más bien de pocas luces, pero que en su ingenuidad va sacando a la luz ciertas contradicciones del resto de las sugragistas.

También es interesante el enfrentamiento entre Genoveva y Gertrudis, mujeres que representan actitudes ante la vida y sus placeres bien contrapuestos.

En todo caso, Alberto Miralles nos remite a la reflexión sobre si la lucha por la liberación de la mujer hay que considerarla dentro de una lucha mayor o debe considerarse con entidad suficiente para situarla en el primer plano de las luchas por la igualdad. En la propia obra se hace referencia a las posiciones contrarias de Clara Campoamor y Victoria Kent sobre si se debía otorgar el derecho al voto a la mujer en ese momento.

Victoria Kent

Victoria Kent dijo en el debate: «Creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española. Lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal. Quiero significar a la Cámara que el hecho de que dos mujeres se encuentren aquí reunidas opinen de manera diferente, no significa absolutamente nada, porque dentro de los mismos partidos y de las mismas ideologías, hay opiniones diferentes (…). En este momento vamos a dar o negar el voto a más de la mitad de los individuos españoles y es preciso que las personas que sienten el fervor republicano, el fervor democrático y liberal republicano, nos levantemos aquí para decir: es necesario, aplazar el voto femenino (…). Señores diputados, no es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República (…). Pero hoy, señores diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer». 

Clara Campoamor

Clara Campoamor, sin embargo, sostuvo la firme convicción de que había que conceder el voto a la mujer: «Tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural, el derecho fundamental que se basa en el respeto de todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo…».

Estábamos en 1931 y se discutía sobre si conceder el derecho al voto a la mujer para las siguientes elecciones o no. En las elecciones de 1933 votaron las mujeres, por fin, y ganó la derecha y ni Clara Campoamor ni Victoria Kent consiguieron mantener sus escaños. Por supuesto, el argumento de que la culpa la tuvieron las mujeres fue esgrimido por muchos partidos de la izquierda.

En las siguientes elecciones, las del 36, los partidos de izquierda se unieron en un frente común, el Frente popular, y ganaron las elecciones. La ironía es que ningún partido quiso acoger a Clara Campoamor en sus listas.

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